Los fogones, las ollas,
las cazuelas... Todo parecía trabajar a una velocidad frenética. Un
muchacho rubio, Sanji, con un ojo tapado por su mismo cabello iba de una
banda a otra de la cocina, callado, sin ninguna expresión en su
pálido rostro, vestido de negro. Ninguna expresión salvo...
- ¡Mellorineeeeee~! - ese
gritito emocionado cada vez que divisaba una mujer joven y bella. Se
acercaba siempre a ellas bailoteando sonrojado, ofreciendo algún
tipo de vino a canapé, por supuesto, gratis. Lo que despertaba el
enfado del chef del local.
- ¡Déjate de tonterías, mocoso! - gritaba, siempre con voz grave que resonaba y llamaba la atención de todo el lugar.
Y esta noche era una de esas.
Tras otra de sus disputas, el rubio salió por una de las puertas traseras del lujoso restaurante, situada en un callejón. Desde ahí podía observarse la aglomeración de gente y vehículos que ocupaban la ciudad, los edificios iluminados, que captaban la atención de aquellos que los observaban y, en cierto modo, daban encanto a la ciudad.
Suspiró y sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño paquete de cigarrillos y un mechero. Encendió uno y se lo llevó a la boca mientras se apoyaba en una pared, y, tras dar la primera calada, expulsó lentamente el humo, notando cómo recorría su garganta. Observaba la ciudad pensativo, en silencio, mientras una suave brisa golpeaba su cabello. Estaba tranquilo, hasta que unos sollozos ahogados provenientes del final del callejón le devolvieron a la realidad. Volvió la vista atrás, intrigado por saber qué sería. No se movió un milímetro hasta que, escuchando con atención, se percató de que era una chica la que se ocultaba al final de esa oscura callejuela. Sin dudarlo un momento se dirigió hasta allí, y detuvo el paso al ver que efectivamente era una chica la que sollozaba. La miró un momento, observando con cautela su aspecto.
Dedujo que tendría unos 16 años. Su piel, de tez pálida y perlada, resaltaba sus marrones ojos apagados; cabello largo y azulado, que recorría toda su espalda. Todo eso, combinado con su esbelto cuerpo, hizo que el rubio sólo pensara por unos momentos lo preciosa que era. Se arrodilló frente a ella, percatándose de que, ocultado por su cabello y manos, tenía el rostro bañado en lágrimas.
- Eh, eh... - susurró, cogiendo con delicadeza sus manos y apartándoselas.- ¿Qué te ocurre?
Ella siguió cabizbaja, hasta que lentamente alzó la cabeza y le miró sin cesar el llanto. Sanji no pudo evitar sonreír al ver con mejor claridad su rostro, aunque empañado por aquella salada agua. E inmediatamente con un dedo secó unas lágrimas que recorrían sus mejillas.
- Vamos, qué te pasa.- volvió a decir en un susurro, acariciando con suavidad una de sus sonrosadas mejillas para tranquilizarla.
No respondió, se mantuvo en silencio aún mirándole.
Suspiró.- Al menos levántate... - Teniendo agarradas sus manos intentó levantarla, pero un quejido de dolor de esta hizo que volviera a soltarla.
Preguntó de nuevo, esperando una respuesta. Esta vez, por fin la tuvo. Deshizo el agarre del chico y señaló su propia pierna izquierda, dejando ver una herida algo profunda rodeada por sangre ya seca, lo que despertó la preocupación del rubio.
- ¿¡Qué demonios...!? - exclamó, mirando la causa de su llanto.- Vamos, hay que llevarte a un hospital.
Dicho esto, con cuidado y al tiempo que se incorporaba la cogió en brazos y la agarró con fuerza. Ella por su parte, con ambas manos se aferró a su camisa, temblando ligeramente. Sanji la miró preocupado, pensando un buen lugar por el que pasar desapercibido. De pronto se le ocurrió la mejor y única opción.
- Marimo... - murmuró entre dientes, deseando no tener que recurrir a aquello.
Suspiró mosqueado con él mismo y, aprovechando que era la hora de descanso y en la cocina no habría mucho movimiento, volvió a entrar al lugar en silencio. Sonrió de lado al ver que no había nadie y, con cuidado, sentó a la chica en una de las sillas que ocupaban la estancia.
- No hagas ruido, ¿vale? - le susurró sonriendo y le guiñó un ojo, acariciando por última vez su mejilla antes de salir de la cocina y estar en la parte del comedor. Buscó apresurado entre la gente una cabellera verde, con el ceño fruncido por ser lo único a lo que podía recurrir. No tardó demasiado en encontrar al dueño de ese extraño cabello y se dirigió hasta él, refunfuñando.
- ¿Qué quieres, cejas de sushi? - dijo este, enojado nada más ver al rubio.
Capítulo 2: Marimo idiota.
Capítulo 2: Marimo idiota.
- ¿Qué quieres, cejas
de sushi?
El mencionado chasqueó la
lengua, apartando la mirada al estar frente a él.
- Necesito que me
lleves a un sitio, es urgente.
- ¿Crees que te haré
ese favor, idiota?
- ¡No me jodas, es
urgente!
Estos dos compartían una
gran rivalidad, por diversas razones que, ni yo sé. El llamado
'Marimo', de nombre Roronoa Zoro, era un hombre alto, con un porte
musculoso, de 19 años de edad. Siempre llevaba una expresión seria
en el rostro, que, a veces, llegaba a dar miedo. Era el tipo de
persona que no se fía ni de su sombra. Le caracterizaba su ya
nombrada cabellera verde, y una gran cicatriz que recorría en
diagonal su torso, causada por su mayor afición y sueño: el kendo. Solía
llevar ropa sencilla, basada en pantalones y botas color negro, y
camisas, la gran mayoría a manga corta, que iban cambiando de estilo.
Aunque no le agradaba
cruzar miradas con el rubio, su trabajo le obligaba a hacer guardia
de vez en cuando en los locales de la ciudad en busca de criminales,
pues era policía en una pequeña comisaría.
Le miró con rabia,
frunciendo el ceño.- ¿Qué es tan urgente para ponerte así?
Sanji volvió a ladear la
cabeza hacia él, dudando si debía contarlo o no. Guardó silencio
unos segundos antes de responder.
- Por favor... -
murmuró entre dientes.- Ven a la cocina y lo verás.
El otro suspiró con
resignación y cruzó los brazos, asintiendo brevemente con la
cabeza. Sin decir nada más, el rubio volvió a dirigirse a la
cocina, señalándole a Zoro que le siguiera. Una vez allí desvió
la mirada hacia donde estaba la chica, encontrándosela cabizbaja y,
quizás, asustada. Se acercó a ella y con cuidado posó el dorso de
los dedos bajo su barbilla, le alzó la cabeza para mirarse ambos y
sonrió.
- Necesito que nos
lleves al hospital en tu coche, ya ves que está herida.
- ¿Te has vuelto loco?
- respondió cortante.- ¿Acaso la conoces? No deberías fiarte.
Suspiró aguantando las
ganas de arrearle una patada.- Si no es de fiar es mi problema. Pero
es una dama herida y me necesita.
- Tsk.- Lo pensó un
momento al percatarse de la herida de la chica, la cual los
observaba a ambos confusa. Suspiró.- Volveréis vosotros por
vuestra cuenta, no pienso dar dos viajes.
Sanji sonrió ante su
respuesta, e inmediatamente volvió a coger a la peliazul en brazos.-
¿Dónde está tu coche?
- Soy policía. Por
supuesto está aparcado en un lugar escondido.
- Déjate de rollos y
llévame.
Le miró mosqueado, dando
media vuelta para volver a salir al comedor.
- ¿Piensas salir así?
- ¿Así, cómo?
- Con ella en brazos.-
respondió encogiendo los hombros.
- Eres policía, ¿no?
- dijo imitando su anterior respuesta.- Si alguien pregunta di que
es un caso privado.
Rió con tono burlón,
abriendo lentamente las dos puertas que conectaban la cocina
al comedor. Ambos salieron
de aquella estancia para entrar a otra, evitando las miradas y
murmullos referidos a ellos por parte de la gente de la sala.
Mantuvieron el silencio, sólo dirigiéndose al frente. Una vez
estuvieron frente a la puerta de entrada y salida, Zoro abrió esta
dando paso a las ya menos aglomeradas calles, pues eran altas horas
de la noche.
- Vamos, ¿y tu coche?
- preguntó Sanji, mirando el estado de la chica. Sus ojos estaban
rojizos a consecuencia del anterior llanto, y con una de sus manos
calmaba como podía la herida de su pierna, acariciándola.
- Ahí.- señaló un
coche familiar de cuatro plazas color negro, aparcado a un par de
calles más que el restaurante.
El rubio suspiró con
aires de decepción.- ¿Eso es un lugar escondido...?
- ¿Quieres que te lleve al hospital o no?
- Sí, sí.- respondió con un toque de rintintín.
- Pues calla.
Volvieron a caminar hacia el vehículo, ambos con aire enojado. Una vez frente al dicho, el peliverde se acercó a la puerta del piloto, sacando de uno de los bolsillos de su pantalón una pequeña llave plateada. Introdujo esta en la clavija de la puerta y la giró a un lado, dando lugar a que tanto esta como las demás puertas se abrieran tras oírse un chasquido.
- Vamos, entra.- habló Zoro, entrando a su lugar de piloto.
A esto Sanji asintió con la cabeza y, sin soltar a la chica, con cuidado, abrió por completo una de las puertas traseras. Seguidamente sentó despacio a la peliazul, sin que su herida rozase con nada, y se sentó a su lado.
- Al hospital, corre.
- No me hables como si fuera un taxista o te dejo aquí.
- ¡Date prisa!
- Tsk... - chasqueó la lengua y, con la misma llave que había abierto anteriormente las puertas, arrancó el motor del coche, introduciendo esta en otra clavija que había junto al volante.
Comenzó a conducir, dirigiéndose al hospital más cercano, pero con su orientación...
- A la derecha... - dijo el rubio en un suspiro agotado, enojado por su pésimo sentido para orientarse.
Entre el camino, y unas cuantas indicaciones a Zoro para llegar al hospital, Sanji se giró a mirar a la chica.
- Eh... - le susurró, haciendo por fin le mirara.- Si puedes hablar dime tu nombre al menos, por favor...
Esta le miró callada, pensándolo. O eso daba a entender su silencio hasta que por fin, en voz baja y ahogada, le respondió:
- Vivi...
Suspiró aliviado, sonriendo levemente al escuchar al fin su dulce voz.- Precioso nombre, Vivi. ¿Te duele mucho la pierna?
Ante esta pregunta la peliazul agachó la cabeza y asintió con esta, volviendo a cristalizarse sus ojos, y se mordió el labio inferior.
- ¡Date más prisa, Marimo! - exclamó con fuerza, abrazando por, digamos instinto, a la chica para tranquilizarla.
Capítulo 3: Por
principios.
- ¡Date más prisa,
Marimo!
- No voy a superar el
límite de velocidad por esto.- respondió cortante, sin cambiar su
seria expresión.
Sanji apretó los dientes, pues siendo policía no podía contradecir sus propias normas.
- Tranquilízate... -
susurró a Vivi, sin dejar de abrazarla.- Pronto te verá un médico.
Y, en efecto, tras dar
unas cuantas vueltas innecesarias, llegaron al centro médico más
cercano al restaurante, algo alejado de la zona céntrica de la
ciudad. Zoro detuvo el vehículo a las puertas del lugar, esperó a
que Sanji saliera de él con la chica en brazos y volvió a arrancar.
- ¿A dónde vas?
- No puedo dejar el
coche aquí, me voy.
- ¿¡Y cómo piensas que vuelva!?
- Averíguatelas. Ya
dije que no daría dos vueltas, y no me es rentable fiarme de
alguien que no conozco.- finalizó refiriéndose a la chica,
marchándose después a la misma velocidad con la que había venido.
El rubio gruñó molesto,
pero dirigió su atención a la chica, la cual se mostraba con un
somnoliento estado. Ya pensaría luego cómo volver.
Entró al centro, buscando
apresurado un médico que les atendiera. No se veía gente en
aquellos deprimentes pasillos, pues ya se rozaban altas horas de la
noche. Caminó no muy rápido, fijándose en el camino por el que
pasaba. En el suelo de mármol, podían distinguirse dos flechas a
tonos verdes, que recorrían todo el trayecto hasta llegar a
distintas salas de urgencias. A cada lado, pegadas a las paredes,
filas de sillas azules y otra de camillas, cubridas por finas
sábanas.
Se quedó pasmado
observándolo todo despacio, hasta que vio una joven enfermera
acercarse a ambos. Esta no aparentaba más de 30 años. Llevaba como
vestuario una falda repegada hasta medio muslo, con estampados
florales; suéter a color negro, de cuello largo y tela de invierno.
Y, por encima de estas prendas, una larga bata blanca, que la
diferenciaba como enfermera. Su cabello era rubio, corto y
ligeramente rizado, que resaltaba sus ojos color miel y tez pálida.
Labios no muy carnosos, adornados por un leve pintalabios que les
daba brillo.
- ¿Qué os ocurre? -
preguntó esta, mostrándose seria al ver el estado de la peliazul.
- Es ella, está herida
desde hace un rato.
Al detectar su herida en
la pierna, la enfermera alcanzó una de las camillas y la acercó a
Sanji, indicándole que recostara ahí a la chica. Este obedeció y,
una vez la dejó sobre la camilla volvió a mirar a la otra mujer.
- ¿Quién es? -
preguntó, empujando suavemente la barra que hacía de cabecero de
la camilla para mover esta, avanzando así por el pasillo.
- Es... - caminó a su
lado.- mi hermana menor.- No pensaba decir la verdad. De esa forma
sólo lograría que la internasen en un centro para jóvenes o hasta
un orfanato.
- Ya veo... ¿Qué le
ha pasado?
- Trabajo en un
restaurante. Al salir para un descanso la he encontrado herida y
buscándome, se ha desmayado y no me ha dicho nada.
Agachó la mirada, viendo
a la chica.
- Parece infectada...
Debemos darnos prisa.
Pasados unos minutos
detuvo la camilla frente a las puertas de una sala, abrió estas
lentamente y entró, empujando por delante la camilla. Sanji la
siguió, curioso por saber a dónde iría.
- Dra. Kureha. - dijo,
señalando con la mirada a otra enfermera de aspecto más maduro.-
Esta chica necesita ayuda.
La mencionada se acercó a
ellos como si nada, sonriendo de lado.
- ¿Sois felices? -
esta pregunta extrañó al chico, quien, ahora con más atención,
se fijó en el aspecto de la mujer.
No parecía ser tan mayor.
Era alta, con un aspecto bastante juvenil basado en pantalones de
distintos colores, y una camisa que dejaba ver su esbelta cintura, a
partir del ombligo. Su cabello, largo y color crema, ocupaba hasta la
mitad de su espalda, y sus ojos estaban tapados por unas modernas
gafas de sol.
Miró a Vivi, torciendo su
sonrisa a una mirada seria.
- ¿Cuánto tiempo
lleva así?
- Puede... Que entre una o dos horas
aproximadamente.- contestó la enfermera más joven.
Sanji las observó,
arqueando ligeramente una ceja.
- Eh, vieja... -
recibió un golpe no muy fuerte en la cabeza antes de continuar
hablando.
- ¡No me llames vieja,
mocoso! ¿Qué manera es esa de hablarle a una mujer?
Gruñó.- ¡No me des
golpes y ocúpate de ella!
Ambos se callaron tras
aquella respuesta. Kureha, por su parte, suspiró y dio media vuelta,
dirigiéndose a una mesa que había en el centro de la sala. En ella,
de un pequeño maletín, sacó unos utensilios de medicina.
- Sal de la habitación,
rubio.- pidió, volviendo a acercarse a la chica.
Quiso quedarse, pero
fijándose de nuevo en la peliazul obedeció sin rechistar, dando
media vuelta hacia la salida.
- Avísame cuando hayas
acabado, por favor.
- No me tutees.- fue lo
último que escuchó, antes de salir completamente del lugar.
Se sentó en una de las
sillas que predominaban el pasillo contiguas a la habitación y
esperó. Pasados 30 minutos comenzó a impacientarse y sacó un
paquete de cigarrillos del bolsillo de su pantalón, ignorando las
advertencias de que no estaba permitido fumar en el interior de
hospitales. Antes de que pudiese encender el primer cigarro, la
enfermera más joven se asomó por la puerta con una amplia sonrisa,
captando su atención.
- Ya puedes pasar.
Este se levantó del
asiento y, llevándose el cigarrillo aún sin encender a la boca,
volvió a entrar a la sala. Vio a la llamada Kureha limpiando de
sangre sus utensilios y a Vivi sentada en la camilla, mirándose el
muslo ya vendado. Se acercó a ella y sonrió.
- Vivi... ¿Estás
bien?
Esta alzó la vista y le
miró somnolienta, sin responder a su pregunta.
- Amnesia. -
interrumpió Kureha.- Tiene amnesia, además de un pequeño shock.
Por eso no habla por ahora.
Esto llamó la atención
del rubio, quien la miró sorprendido.
- ¿Pero por qué...?
- Es tu hermana, ¿no?
Ya hemos curado sus heridas, ahora quien debe ocuparse de ella eres
tú. No está lo suficientemente grave como para poder ingresarla
aquí.
- Pero... ¿Qué hay de
la amnesia y el shock?
- Ahí no podemos hacer
nada. No tiene amnesia completa, así que para recordar lo que haya
olvidado debe volver a su entorno. Y el shock no es grave, sólo un
simple susto.- Miró a la chica y suspiró antes de continuar.- Si
es tu hermana cuida de ella y no tardará en recuperarse.
El hablado guardó
silencio. Podría haberse metido en un lío, pero como el caballero
que era no iba a cuestionar sus principios, por lo que decidió
ocuparse de ella.
- La cuidaré.
Ambas enfermeras sonrieron
ante su respuesta y, mientras la más joven terminaba de examinar a
Vivi, Kureha preparó un pequeño informe y se lo dio a Sanji.
- Aquí viene escrito
lo que le sucede y lo que debes hacer en caso de que empeore. -
Explicó. - También un número de contacto privado del hospital y
un par de medicamentos que le vendrán bien si ves que lo necesita.
Tras leerlo un poco, lo
dobló con cuidado y lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Se
giró para ver a la que iba a ser, por ahora, su hermana menor, y la
vio en pie, ayudándose de una muleta. Aún se la veía somnolienta,
y el rastro de haber llorado ya era casi inapreciable en sus ojos.
- No dejes que camine
muy rápido y fuerte.- habló la enfermera más joven.- Podrían
abrirse los puntos de la herida.
Este asintió con la
cabeza y se acercó a Vivi, cogió una de sus manos con delicadeza y
susurró con una tierna sonrisa:
- ¿Estás lista?
Ante esto, ella agachó la
mirada y sonrió levemente, murmurando con algo de dificultad:
- Sí... Vámonos.
Ante aquello, Sanji sonrió y muy lentamente comenzó a andar.
- ¡Ah, espera! - exclamó la joven enfermera, llamando su atención. - ¿Cómo volveréis?
- Ehh... - guardó silencio unos segundos. Había olvidado por completo que su único transporte se había largado. - Iba a llamar a un taxi, pero no tengo teléfono...
- Toma. - le ofreció un teléfono móvil que acababa de sacar de uno de los bolsillos de su bata. - Llama a un taxi, si no tienes dinero puedo prestarte algo.
Él sonrió avergonzado, tomando el teléfono en sus manos.
- Gracias, y disculpa... - marcó el número de servicio de transporte y pidió un taxi, indicando la dirección concreta en la que se encontraba. Seguidamente devolvió el teléfono a su dueña, a la vez que esta le ofrecía un pequeño fajo de billetes.
Este tomó la mano de la chica y comenzó a caminar muy lentamente. Ella detrás, apuntando al suelo con la mirada.
De vez en cuando, en el camino, asomaba la cabeza para ver a Vivi, encontrándose que estaba casi dormida. Así que se dio prisa, nada más haber salido del centro. Apuntó la vista a un lado y divisó un taxi detenido frente al edificio, sin ocupantes en él, por lo que supuso que sería el que anteriormente había pedido. Se acercó y, en efecto, era el suyo. Ayudó a Vivi a entrar y sentarse de la mejor forma, cogiéndola en brazos. Dejó la silla junto a la puerta del hospital, en una fila compuesta por más de esta, y entró él al taxi, sentado junto a la peliazul.
Mencionó al conductor la dirección a la que quería ir, y este puso en marcha el vehículo. Durante el camino no se escuchó palabra, pues ya era tarde y ambos pasajeros estaban somnolientos, uno más que el otro. No tardaron mucho en llegar a su destino.
Era una calle antigua, solitaria y oscura, iluminada sólo por un par de altas farolas y el reflejo de luz de la Luna, con no demasiados edificios.
Era elegante, pero sencilla. La entrada daba paso a un pequeño salón con grandes ventanales, paredes pintadas a color beige, una televisión no muy grande centrando la sala, sobre una mesa de área algo mayor, y un sofá de cuatro plazas delante, color azul marino. Conectadas al salón había otras dos puertas. Una, la puerta que conectaba al aseo. Otra, un pequeño pasillo, que a su vez daba paso a otra dos puertas, las habitaciones de la casa. Sanji, aún cargando a la peliazul, entró a una de las estancias, dejando ver esta. No era muy grande, sólo lo suficiente como para dos personas; frente a la entrada había dos ventanas, colocadas en la pared a la altura de la cabeza. En la esquina con aquella pared, un armario de madera clara, casi a la misma altura que la habitación. Frente al armario una cama, lo suficientemente grande para caber dos personas. En la pared, a la izquierda de la cama, un espejo con marco antiguo, de la misma altura de la pared.
Se quedó en la puerta un momento, observando el cuarto hasta que por fin entró. Se acercó a la cama y, con cuidado, tumbó a Vivi en ella. No la deshizo antes, así que para resguardarla del frío la cubrió con una sábana que sacó del armario.
Y a la mañana siguiente...
Capítulo 4: Mi
hermana.
Ante aquello, Sanji sonrió y muy lentamente comenzó a andar.
- ¡Ah, espera! - exclamó la joven enfermera, llamando su atención. - ¿Cómo volveréis?
- Ehh... - guardó silencio unos segundos. Había olvidado por completo que su único transporte se había largado. - Iba a llamar a un taxi, pero no tengo teléfono...
- Toma. - le ofreció un teléfono móvil que acababa de sacar de uno de los bolsillos de su bata. - Llama a un taxi, si no tienes dinero puedo prestarte algo.
Él sonrió avergonzado, tomando el teléfono en sus manos.
- Gracias, y disculpa... - marcó el número de servicio de transporte y pidió un taxi, indicando la dirección concreta en la que se encontraba. Seguidamente devolvió el teléfono a su dueña, a la vez que esta le ofrecía un pequeño fajo de billetes.
- Es suficiente para un viaje largo. Puedes
quedarte lo que sobre.
- Gracias, mil gracias.
Este tomó la mano de la chica y comenzó a caminar muy lentamente. Ella detrás, apuntando al suelo con la mirada.
- ¿Puedes? - susurró el rubio, observando cada
paso que ella daba. Caminaba muy lentamente, con un ligero temblor
en el brazo debido a la fuerza que ejercía sobre la muleta. Suspiró
al ver que no repondía.
- Quizás debería llevarla a cuestas hasta la
salida...
- Maya, trae una silla de ruedas. - mencionó
Kureha, dirigiéndose a la otra joven.
- Oye. - habló Kureha, mientras el joven cocinero
se colocaba tras la silla para moverla. - Avisarás a tu familia,
¿no? Deben saber esto cuanto antes.
- Sí. Hoy dejaré que duerma en mi casa, y mañana
llamaré a sus padres.
- Pues, venga, ya es tarde y necesitáis
descansar.
De vez en cuando, en el camino, asomaba la cabeza para ver a Vivi, encontrándose que estaba casi dormida. Así que se dio prisa, nada más haber salido del centro. Apuntó la vista a un lado y divisó un taxi detenido frente al edificio, sin ocupantes en él, por lo que supuso que sería el que anteriormente había pedido. Se acercó y, en efecto, era el suyo. Ayudó a Vivi a entrar y sentarse de la mejor forma, cogiéndola en brazos. Dejó la silla junto a la puerta del hospital, en una fila compuesta por más de esta, y entró él al taxi, sentado junto a la peliazul.
Mencionó al conductor la dirección a la que quería ir, y este puso en marcha el vehículo. Durante el camino no se escuchó palabra, pues ya era tarde y ambos pasajeros estaban somnolientos, uno más que el otro. No tardaron mucho en llegar a su destino.
Era una calle antigua, solitaria y oscura, iluminada sólo por un par de altas farolas y el reflejo de luz de la Luna, con no demasiados edificios.
- Espere aquí, por favor. - pidió Sanji al
conductor, mientras salía del vehículo. Se acercó a una pequeña
casa, la más moderna que podías encontrar en aquel lugar. Alzando
la vista podían divisarse cuatro ventanas, una compuesta por dos
unidas. La fachada, color beige, estaba compuesta por ladrillos, que
podían verse a simple vista ya que la pintura estaba algo
desconchada. Metió la mano en uno de los bolsillos de su elegante
chaqueta, y sacó una pequeña llave de acero. Introdujo esta en la
cerradura de la puerta, la giró a un lado y se escuchó un leve
chasquido, indicando que por fin se había abierto. Volvió a
guardar la llave y se acercó al vehículo, con el pequeño fajo de
billetes que anteriormente le había dado la enfermera en la mano.
Pagó al conductor, con lo justo, lo que el contador del taxi
indicaba y, con cuidado, para ayudarla a salir, cogió a Vivi en
brazos, quien ya se encontraba dormida. Una vez salieron del coche,
este se marchó a no mucha velocidad, dejando a los dos jóvenes
solos en aquellas calles.
- Bueno... - suspiró. - Hoy tendré compañía.
Era elegante, pero sencilla. La entrada daba paso a un pequeño salón con grandes ventanales, paredes pintadas a color beige, una televisión no muy grande centrando la sala, sobre una mesa de área algo mayor, y un sofá de cuatro plazas delante, color azul marino. Conectadas al salón había otras dos puertas. Una, la puerta que conectaba al aseo. Otra, un pequeño pasillo, que a su vez daba paso a otra dos puertas, las habitaciones de la casa. Sanji, aún cargando a la peliazul, entró a una de las estancias, dejando ver esta. No era muy grande, sólo lo suficiente como para dos personas; frente a la entrada había dos ventanas, colocadas en la pared a la altura de la cabeza. En la esquina con aquella pared, un armario de madera clara, casi a la misma altura que la habitación. Frente al armario una cama, lo suficientemente grande para caber dos personas. En la pared, a la izquierda de la cama, un espejo con marco antiguo, de la misma altura de la pared.
Se quedó en la puerta un momento, observando el cuarto hasta que por fin entró. Se acercó a la cama y, con cuidado, tumbó a Vivi en ella. No la deshizo antes, así que para resguardarla del frío la cubrió con una sábana que sacó del armario.
- Me tocará el salón... - dijo para sí en un
suspiro, pues estando la chica en su cama no querría molestarla.
Y a la mañana siguiente...
No hay comentarios:
Publicar un comentario