Por aprender a amar


 Capítulo 1: ¿Aprecias tu vida?

Esta historia se remonta a varios años atrás, entre la Edad Contemporánea y la Edad Media, en un pequeño pueblo. ¿Y por qué no en un futuro, con ciudades grandes y aglomeradas? Eso, mejor esperarlo al acabar la historia.
Como decía, todo transcurre en dicho pueblo, en una casa apartada del mismo y cerca de un denso bosque. En ella convivían solas dos chicas: Lucy y Jessíca.
La primera tenía 17 años, una estatura de 1, 69 cm., cabello rubio y algo alocada. Sus ojos, color chocolate, eran tan sinceros que harían confesar a un asesino sobre presuntos delitos. La segunda era dos años mayor, y por lo tanto, algo más alta. Su larga cabellera, ondulada y castaña, ocupaba hasta la mitad de su esbelta espalda. Poseía dos rasgos que la diferenciaban de otras personas; sus ojos color escarlata, comparados con la sangre, y su habilidad en el kendo. Manejaba la espada con tal gracia y destreza que daba miedo observarla.
Aún viviendo juntas, no estaban emparentadas. Pero el lazo de amistad que las unía era incluso más fuerte que los lazos de sangre. La razón por la que ambas vivían juntas... Secretos.
Para ellas empezaba otro día. Ya había comenzado el invierno, y cada cierta cantidad de días debían ir al pueblo a por leña. Era una casa pequeña, pero disponía de una chimenea.
- ¡Date prisa o llegaremos tarde! - se oían los gritos de Lucy recorriendo cada rincón de las dos pequeñas plantas de la casa.
- Es mediodía... - reprochó la morena en un suspiro con pesadez.- Benito acaba de abrir su tienda.
- Da igual, la puntualidad es mi motor de vida.- Mientras decía se acercó a un perchero que había junto a la entrada y cogió dos prendas largas de abrigo. Una se la puso rápidamente y la otra se la lanzó a Jessíca, la cual lo agarró al vuelo.
- ¿Hace mucho frío?
- Este invierno está siendo más frío que los demás.- respondió la más joven, afirmando su pregunta.
Dicho esto abrió la puerta de la casa, dejando entrar una pequeña ráfaga de aire frío que heló sus cuerpos por unos segundos. Sin pensarlo dos veces salieron de la estancia y cerraron la puerta tras de sí, dirigiéndose después al pueblo. No tardaron demasiado en llegar al sitio previsto.
- Hola, niñas.- las saludó Benito, el dueño de la tienda con una amable sonrisa.
Él las trataba como a sus hijas, de hecho, cuidó de ellas hasta que se independizaron. Era un hombre de unos 50 años de edad, con pelo pobre y canoso y una ligera perilla. Solía vestir con camisas a cuadros y un peto sencillo. Este atuendo, y su trabajo, hizo que mucha gente en el pueblo le llamase "El Leñador".
- Hola, Benito.- saludaron ambas a la vez.
- Ya os he preparado la leña que os lleváis siempre.- entró a una puerta que había al fondo de la tienda, adornada, por supuesto, con marcos bordados de madera. Volvió a salir de ella con un saco no demasiado grande, cargado de tacos de madera. Jessíca lo miró pensativa.
- ¿De dónde es toda la madera?
Benito se extrañó ante aquello, pero respondió sin rodeos.
- Del bosque.
- Entonces... - prosiguió ella.- ¿Por qué nos gastamos dinero cuando puedo ir allí y cortarla yo misma?
Lucy la miró con algo de melancolía, y Benito volvió a hablar sacándola de su ensimismamiento.
- Yo os la doy casi siempre rebajada de precio. Además es más seguro comprarla.
- Exacto.- interrumpió Lucy.- No pretenderás que deje correr peligro a mi hermanita, ¿no?
Jessíca sonrió ante aquello, agachando brevemente la cabeza. Pasados unos segundos la más pequeña volvió a interrumpir.
- También necesito unas hierbas aromáticas. Deberíamos ir a casa de Fénix.
Benito sonrió, mientras que Jessíca asintió con la cabeza.
- Llevaos esta madera gratis.- comentó este, volviendo a entrar por la puerta antes mencionada.- Y saludad a Fénix de mi parte.
Ambas chicas le miraron hasta que desapareció de la estancia y, seguidamente, salieron de la misma, llevando la morena el saco con la madera. Tardaron unos 10 minutos en llegar a casa de Fénix.
- ¡Féniiiiix! - gritó Lucy llamándola, no demasiado fuerte.
- No grites, estoy aquí.- la figura de una mujer alta y algo siniestra se mostró a sus espaldas.
Cualquiera se habría sobresaltado, pero ellas, conociéndola desde hace años, eran la excepción.
A pesar de su a veces siniestro aspecto, era una chica como otra cualquiera, que llevaba su propio puesto de trabajo proporcionando todo tipo de hierbas silvestres. Solía llevar como atuendo vestidos cortos a color negro, combinados con una cinta negra al cuello. Su aspecto era... Especial. Alta, cabello largo y castaño acompañado por alguna mecha, por supuesto, negra,... Pero no por eso la gente más joven del pueblo le temía. Eso era, más que nada, por las cicatrices que caracterizaban su cuerpo. En rostro, brazos y piernas. Cicatrices provocadas por, hace años, querer salvar a su prometido, Ace, de una sangrienta guerra. De la cual no salió ileso... Pues ahora se encuentra con muchos otros en un pequeño cementerio. Por él llevaba ese negocio; era una afición que ambos compartían y hacía que no cayera en el olvido.
- Necesito unas hierbas aromáticas, las de siempre.- pidió la rubia, con una sonrisa de oreja a oreja.
Lo pensó un momento antes de responder.
- No me quedan.
Lucy hizo un pucherito, mientras que Jessíca apuntaba la vista al bosque.
- Si son de allí...
Ante esto, Fénix la miró intangible y dijo:
- ¿Aprecias tu vida?
Ambas chicas la miraron con sorpresa, sin saber qué responder.
- Ace apreciaba la suya, lo dió todo por cumplir su sueño y mira dónde ha acabado.- sentenció con seriedad, haciendo que Jessíca palideciera.
- No sé de qué hablas... - susurró apartando la mirada.- Apenas recuerdo a Ace y la causa de su muerte.
 Suspiró, apartando de su mente aquella conversación.
- No vayas allí, puede ser peligroso y no nos gustaría verte accidentada.
Dicho esto, con una leve sonrisa caminó hasta alejarse de ellas y desaparecer de sus vistas, dejando a ambas algo confusas.
- Bueno... - habló la rubia.- Volvamos ya a casa.
Jessíca asintió con la cabeza, dando media vuelta con el saco de leña en sus manos.
Todo el camino de vuelta, esta última le estuvo dando vueltas a los hechos antes acarecidos. No alcanzaba a pensar qué motivos le llevaban a todos impedirla ir al bosque. Y, como buena testaruda que era, estaba decidida a averiguarlo.
- Qué será... - murmuró cabizbaja.
- ¿Decías algo?
- No, nada.
Una vez regresaron y dejaron la madera junto a la chimenea, Jessíca subió a su cuarto en la segunda planta. Allí, con cuidado agarró su tan querida katana, desenvainándola lentamente y dejando ver así el brillo que desprendía la hoja.
- Podría ir con ella al bosque... - susurró.- No me pasará nada.




Capítulo 2: Desconocido.

- Podría ir con ella al bosque... No me pasará nada.
Y así, planeó una buena escapada para escabullirse al bosque. Decidió esperar a la tarde, cuando Lucy diera su habitual siesta.
Pasaron las horas y, tras haber comido, limpiar los utensilios y ordenar un poco la casa, cada chica subió a su correspondiente habitación. Una vez se aseguró de que Lucy dormía, Jessíca cogió su espada y salió de la casa sin hacer ningún ruido. Poco a poco fue acercándose al bosque sin hacer caso de las advertencias de Fénix y Benito, que resonaban en su cabeza a cada paso que daba.
La curiosidad mató al gato, pero era una de sus debilidades. A tres pasos de adentrarse en el centro del lugar se detuvo, tragó algo de saliva y, agarrando su espada con fuerza, dio decidida esos pasos.
Observó cada arbusto, cada rama que se encontraba a su paso en el suelo, las copas de los árboles ocultando parte del cielo al atardecer... Y en absoluto le pareció un lugar peligroso. Disminuyó la fuerza que hasta ahora ejercía en el mango de la espada, relajándose con aquel lento paseo. Al poco tiempo escuchó movimiento a su espalda, lo que hizo que volviese a estar en guardia. Con un rápido movimiento se giró, desenvainando lo suficiente su espada como apreciar el brillo que desprendía su afilada hoja. No hizo la típica pregunta, pues preguntar a un posible criminal quién era, era algo paradójico.
Volvió a escuchar aquel ruido, esta vez a su espalda. Y, desenvainando al completo su arma, de nuevo se giró, viendo que seguía estando sola.
- ¿Qué demonios...? - no pudo acabar la frase, pues alguien tras ella con un sólo brazo la rodeó por su delgada cintura, mientras que con otra mano le tapó la boca. Tal sorpresa fue que soltó la espada de golpe, haciendo que ésta cayera al suelo. Fuera quien fuera la persona que, con fuerza pero con delicadeza la agarraba, la tiró sobre unos arbustos que amortiguaron la caída y a la vez los acultaron a ambos, quedando esa persona sobre ella. En esa posición, Jessíca pudo ver con claridad la figura del "sospechoso".
Era un chico de su edad, quizás un año mayor. Llevaba en su oreja derecha un pendiente de plata, con la forma de una serpiente. Su tez pálida resaltaba su cabello, de un color negro intenso, que ocupaba hasta la mitad de su nuca. Sus ojos también de un color oscuro llamaron su atención, haciendo que le mirara fijamente hasta fijarse en su cuerpo, ruborizándose levemente. Sólo le cubrían unos pantalones negros y botas del mismo color, por lo que se dejaba ver su trabajado torso, ocupado en su mayoría por pequeñas cicatrices en el lado izquierdo. Pasados un par de minutos se levantó y le cedió la mano a la chica, sacándola de su ensimismamiento.
- ¿Piensas quedarte ahí todo el día? - preguntó este en un tono burlón.
No respondió, sólo agarró su mano y se levantó despacio, manteniéndose en silencio hasta que...
- ¿¡Quién demonios eres!? - estalló. Y este volvió a tapar su boca.
- Shhh... Calla. - le susurró, mirando de reojo a su derecha.
Jessíca volvió la vista y vio un gran animal alejarse, seguramente un oso. Cuando estuvo lo suficientemente lejos el chico volvió a hablar, apartando la mano que tenía sobre la boca de la joven morena.
- Si llegas a estar más tiempo de pie se te habría echado encima.- dijo con total normalidad, refiriéndose al animal. - ¿Estás bien? Te veo algo pálida... - comentó acercándose a su rostro, observándola como si fuera sujeto de un experimento.
A pesar del susto que a ella le había dado ver el animal, él estaba con una tranquilidad casi anormal.
- Vuelvo a repetir... - murmuró entre dientes. - ¿Quién eres...?
Este se mantuvo en silencio, mirándola con curiosidad.
- Responde. - y este bajó la mirada al suelo.
- No puedo. - dijo en un suspiro resignado, a lo que Jessíca respondió marchándose. - ¿A dónde vas?
- Si no responde a mis preguntas no responderé a las tuyas.
Él se acercó lo suficiente a ella como para agarrarla del brazo y detener su paso.
- Responderé a lo que quieras, excepto a eso.
Suspiró. - Suéltame. - pidió, a lo que el moreno obedeció sin rechistar. - Si no puedo saber tu nombre - comenzó un interrogatorio. - ¿cómo voy a llamarte?
Explotó a carcajadas. - ¡Jajaja, eres muy graciosa!
- ¿Qué tiene eso de gracioso...?
- Llámame Aniki. - sonrió.
- ¿A-Aniki? - tartamudeó, ligeramente sonrojada.
Hubo silencio unos segundos, hasta que ella lo rompió.
- Dime, Aniki. ¿Sabes si aquí hay plantas aromáticas? - recordó que Lucy las necesitaba, y aprovechó la ocasión.
- Hmm... Conozco un sitio. Pero antes...
- Llévame allí. - dijo sonriente, pero en un tono de orden.
- Por favor.
Siguió con su sonrisilla, sin responderle.
Suspiró. - Dime antes tu nombre ahora.
- Fire Eye.
- ¿...Te llamas Fire Eye?
- Así me llaman. - encogió los hombros. - Por mis ojos.
Enarcó una ceja y se aproximó a su rostro, observando sus ojos.
Sonrió. - ¿Y tu verdadero nombre?
- Llévame al sitio y te lo diré.
- ¿Qué cadena de favores es esta?
- Llévame. Y la podrás acabar. - finalizó ella entre risas.
La miró y agachó la cabeza con resignación. Seguidamente comenzó a andar, con las manos en los bolsillos de su pantalón. Ella le siguió.

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